Se acerca el final de 2017 y aún me resulta extraño no haberle dedicado una entrada a "El Arcón de Sancho Panza". Quizá porque la experiencia fue tan intensa que las oleadas de sus emociones, sus vivencias y la marea de su trabajo de puesta en escena no me dió tiempo a procesar muchas de sus sensaciones y especificidades técnicas. Seguramente no será la última vez que escriba sobre esta producción que llegó a mis manos tan de repente como de pronto me ví envuelto en su estreno descomunal.
Los autores Oscar Escalada y Rodolfo Ámy se propusieron contar la historia del Quijote de la Mancha desde una perspectiva "nueva": desde un retirado Sancho Panza que, luego de la muerte del Hidalgo, cuenta la loca historia de aquel a los niños de su comarca. A su vez, un Cervantes omnisciente contiene a este Sancho y a su universo de memorias. En estos sucesivos círculos es donde la historia de locura y de amor por esa inalcanzable Dulcinea, ocurre.
Cuando la propuesta llega a mí, la ansiedad por dirigir la puesta en escena de una ópera ya llevaba varios años agazapada. Era la oportunidad de ponerme al hombro un espectáculo gigante sobre el cual especular estética y discursivamente y provocar una crisis en su libro original para decir fuertemente desde su construcción escénica. Ahí estaba la oportunidad.
Siempre creí que la Ópera es Teatro. Así, con mayúsculas. Fue mi apertura y presentación a los intérpretes. Es decir "lo que saben cantar...es hora de olvidarlo para actuarlo, para vivirlo" Desde luego, igual que ocurre con los textos hablados, lo cantado "se olvida" en un sentido vivencial incorporandolo hasta que se hace carne.
Lo primero fue romper la quietud y el "armado" que suelen caracterizar a la ópera y poner a todos en una zona de riesgo tan excitante como temible. Puestos a jugar con sus imágenes, emociones, sensaciones y contraescenas, la historia fue construyéndose con pequeños y grandes cuadros, momentos dentro de los momentos y situaciones principales, secundarias y terciarias buscando una complejidad de planos donde el escenario no tuviera fondo. Para ello no sólo se trabajó con los intérpretes sino con el apoyo indiscutible y fascinante de las pantallas sucesivas tanto aquellas que crearon fondos como las que generaron otros planos de dinamismo en estos microrelatos de los personajes que entran y salen de la historia para cooperar en el cuento de Sancho.
Ahora bien¿como contar este cuento tradicional para un público del siglo XXI? Comenzó allí la aventura de generar la estética ciberpunk que resultaba insólita para esta historia clásica pero que me permitía jugar con los universos distópicos que me apasionan a título personal pero que también permitían crear esta "locura" de un mundo dentro del mundo y poner todo en situaciones de ambigüedad al crear alucinaciones visuales en varios planos perturbadores. El trabajo fue de una cooperación estrecha entre el "dictado" visual del ilustrador Lucas Ruscitti, el diseñador de vestuario Ignacio Estigarribia y el escenógrafo-coreógrafo Juan Pablo Porretti que ayudaron a crear la fantasía de un mundo extraño e impreciso en donde La Mancha se desenvuelve en brumas apocalípticas y los personajes corren como los deambulantes "bladerrunerianos" que le debemos a Ridley Scott.
Siempre he creído en que el detalle que se trabaja "en detalle" , aunque parezca imperceptible para el espectador va creando una textura escénica y un clima que como un surround visual permite envolver a personajes y público en un mundo que no pueden clasificar pero que se percibe de modo inquietante. Por ello, era necesario que cada personaje tuviera un tratamiento complejo, específico y abrumador. Pero ésta crónica la contaré en un próximo "episodio" de este animé operístico.
( Continuará)
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