Comencè a dirigir a los 24 años sin tener mayor conocimiento de escuelas actorales ni estèticas de puesta en escena. Realmente, no tenía idea; tenía una gran ilusión y la intuición de cosas que quería contar. Estaba deslumbrado por la comedia musical, fascinado por las masas humanas desplazándose en la escena narrando una épica con canciones corales, con la contundencia de un ejército marcando terreno frente al público enmudecido. Y sólo sabía una cosa concreta: quería hacer ESO. Como fuera, supe que no había forma de soslayarlo.
Y fue, literalmente, saltar al vacío. Tomar una historia( la que en ese momento me conmovía o que mejor conocía) escribir, conjeturar, agregar personajes, elucubrar situaciones. Y las canciones,ese elemento que resultaba desconcertante en el teatro santafesino de principios de los noventa. Fue el comienzo de un camino lleno de escollos y de sorpresas pero de una identidad que se fue construyendo con ignorancia, descubrimientos, pasión, desencantos, peleas, amistades y conciertos.
Y fue el inicio de un camino junto a mi amigo creador Juan Candioti en la construcción de esa historia loca que pretendía ser "devota" y didáctica pero se convirtió en un aluvión de melodrama, crímenes, venganzas e intrigas aderezado con ESAS BELLAS CANCIONES entre la bruma italiana del siglo XVi. Hoy recuerdo con extrañeza aquellos comienzos pero no dejo de pensar que recordarlos es mantener fresco el asombro de los años jóvenes que son los que nos ayudan a seguir dando pasos y deshojando días en esa vida rara del teatro que está dentro y fuera de la realidad al mismo tiempo.
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