Me gusta citar a cierto escritor quien alguna vez dijo que en el arte no hay demasiados temas que se visiten: el sexo, la muerte, el poder. Es verdad, no hace falta ir mucho más allá porque sin dudas esos son los hilos de la vida que nos obsesionan justamente por su imposibildad de entenderlos y por la salvaje animalidad que despiertan en nosotros. No comprendemos el deseo sexual, lo buscamos y lo convertimos en poder y sometimiento. No entendemos la muerte y le huímos, la negamos y nos horrorizamos a la vez que hablamos todo el tiempo de ella para tratar de exorcizarla. Pero quizá la tercera sea la más estremecedora porque una vez que lo poseemos es difícil controlar que hacer con él. Todo ésto está en Shakespeare, todo ésto está en la tragedia clásica y todo esto estará en el arte de la escena hasta el final de los tiempos. Porque, justamente, la fuerza visceral que acompaña a ese monstruo de tres cabezas hace que sea casi imposible sustraerse a ellas. Bueno, casi no: es imposible.
Si en todas las tragedias esta tríada fatal nos obsesiona, en MACBETH se explicita con toda su crudeza especialmente si a ello le agregamos el elemento sobrenatural por el cual las brujas en el páramo( nunca sabremos hasta que punto son reales ó no) anuncian la "buena nueva" a Macbeth que termina convirtiéndose en su peor maldición( para muchos creadores el éxito también lo es, pero ese es otro tema)
Por ello, la "banda sonora" de esta edición de nuestra columna tiene que ver con éste momento peculiar de la tragedia shakesperiana
( Contenido de la columna de radio en el programa de OCHAVA ROMA)
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